La Crisis: Desagradable palabra de seis letras
Dejo
por un momento en suspenso las habituales entradas centradas en Amurrio
y alrededores para hacer esta breve incursión sobre un tema que también
afecta a los amurriarras y aiararras en general. La crisis, que desagradable palabra que encierra en sus seis letras desasosiego, tristeza, llanto, impotencia, infelicidad y hasta suicidio, es decir, nada positivo para la persona o personas que tienen la desdicha de ser visitadas por ella.
A diferencia de otros peligros que acechan en la vida diaria, a la crisis se la siente y se la ve. ¡Cómo que se la ve! Unos en sus propias carnes y otros a través de sus vecinos y conciudadanos. No hay día, en que nos acostemos o nos levantemos comprobando los estragos que la misma no ceja de causar en la vida moral y emocional y en la dignidad de la persona, llevándose por delante a las generaciones presentes y futuras que se ven abocadas a mendigar el pan nuestro de cada día.
He aquí la rémora paternalista e hipócrita del hacer de la banca y algunas definiciones sencillas de entender el porqué y el cómo la crisis ataca al común de los mortales que sin comerlo ni beberlo nos ha tocado bailar con la más fea, por usar un eufemismo, sangrante en este caso.
El Banquero
Una tarde un famoso banquero iba en su limusina (coche de lujo más largo de lo normal) cuando vio a dos hombres a la orilla de la carretera comiendo césped. Preocupado, ordenó a su chófer detenerse y bajó a investigar.
Le preguntó a uno de ellos:
- ¿Por qué están comiéndose el césped?
- No tenemos dinero para comida -dijo el pobre hombre-. Por eso tenemos que comer césped.
- Bueno, entonces vengan a mi casa que yo los alimentaré -dijo el banquero-.
- Gracias, pero tengo esposa y dos hijos conmigo. Están allí, debajo de aquel árbol.
- Que vengan también, -dijo nuevamente el banquero-.
Volviéndose al otro pobre hombre le dijo: usted también puede venir.
El hombre, con voz lastimosa dijo:
- Pero, señor, yo también tengo esposa y seis hijos conmigo.
- Pues que vengan también -respondió el banquero-.
Entraron todos en el enorme y lujoso coche. Una vez en camino, uno de los hombres miró al banquero y le dijo:
- Señor, es usted muy bueno. Muchas gracias por llevarnos a todos.
El banquero le contestó:
- ¡Hombre, no tenga vergüenza, soy muy feliz de hacerlo! Les va a encantar mi casa... ¡El césped está como de veinte centímetros de alto!
Moraleja:
Cuando creas que un banquero te está ayudando, piénsalo dos veces.