El plátano sucumbe impotente ante el desprecio de la autoridad municipal
De agravio
en agravio
Está visto que, a todo mandamás, además de ostentar un
cargo –muchas veces en provecho propio más que de la colectividad a la que
representa– y ejercerlo con la prepotencia que le caracteriza, ello no lo es
suficiente para alcanzar el ulterior reconocimiento que le catapulte a ser recordado
en la posteridad.
Un cargo entrañable al que muchos vecinos y vecinas, sino
aspirar no les importaría ostentar, es el cargo de alcalde o alcaldesa de su
pueblo.
Y claro está, ejerciendo dicho cargo, gobernaría en pro y
a favor de las y los vecinos a los que se debe. Porque el cargo es “deber”, es
obligación. No es un medio y, menos aún, un fin para el provecho particular o
individual del que lo ostenta, ni debe usarse para pervertir el mismo.
Y ejerciendo dicho cargo de alcalde/alcaldesa, dejar un buen
recuerdo de su paso por el Ayuntamiento. Recuerdo que quedará en el imaginario
colectivo de su pueblo y municipio para mejor gloria del gobernante de turno y
de las y los vecinos que tuvieron a bien y la suerte de tenerlo por su alcalde/alcaldesa.