sábado, 13 de febrero de 2021

Sobre un suceso ocurrido en 1965 en el escenario de Amurrio y Larrinbe

 

A propósito de un suceso ocurrido en 1965 en el escenario de Amurrio y Larrinbe

Leyendo el interesante artículo titulado “ETA llega a la comarca (1965) que el historiador e investigador Aketza Merino Zulueta publica en su blog “Crónicas del Alto Nervión” me ha venido a la memoria y me ha hecho retomar dos libros que, por el mes de enero de 2010, y como regalo de Reyes, tuve la ocasión de comprar en alguna feria del libro por el módico precio de 4,95€ cada uno.

Y remarco que me ha hecho retomar, porque muchas veces aunamos los esfuerzos en llenar y dar sentido a las pequeñas bibliotecas particulares, pero se nos olvida que, si esto está bien, mejor está esforzarnos en leer, no sólo hojear, las páginas de los libros que nuestras estanterías se afanan en enseñárnoslos cada día de nuestra existencia.

Así pues, al leer el suceso del “encontronazo” de unos miembros, en aquellos momentos, de la incipiente ETA con dos números de la Guardia Civil de Tráfico en los alrededores de los pueblos de Larrinbe y Amurrio y que el periódico La Gaceta del Norte de Bilbao (entonces editado en formato sábana: doble tamaño de los actuales) lo dio a conocer en sus páginas, me he animado a adentrarme en el capítulo titulado “Primer tiroteo con la Guardia Civil en Amurrio” que es uno de los tantos que aporta el contenido del primer libro de las Memorias de Xabier Zumalde. Capítulo que narra detenidamente los sucesos de los que Aketza Merino se hace eco en su blog.

Y, con lo mismo, desentrañar las dos últimas frases del final del párrafo de su estimable artículo que dice: “Tampoco podemos asegurar que los acontecimientos ocurrieran tal y como se contaron en la prensa, pero sí de forma aproximada. Pero, por desgracia, nunca se aclaró quienes fueron estos dos activistas, y probablemente nunca lo sabremos”.

Sin ánimo de presumir del hallazgo, me atrevo a desvelar quiénes fueron los dos activistas que se vieron envueltos en el “tiroteo” desatado por la pareja motorizada de la Guardia Civil.

 

 

Portada, y solapa interior de la misma, del libro que describe los acontecimientos de los hechos que sirven de excusa a Aketza Merino para darlos a conocer y sacarlos a la luz y conocimiento público, a través de su blog de investigación


Pero para ello, se debe mencionar quién es o quién era Xabier Zumalde en el año 1965 cuando transcurre este suceso en Amurrio y Larrinbe.

Xabier Zumalde puede decirse que fue producto de la primera hornada, es decir, fue uno de los primeros integrantes, tras su nacimiento, de la incipiente ETA. Dicha persona cejó en su actividad armada tras la amnistía de 1977.

Hasta llegar a ese momento, en 1965 fue elegido, en la IV Asamblea de la organización, responsable y primer jefe del Frente Militar de ETA, cuyo “objetivo era preparar una fuerza operativa, capaz de entrar en acción en todo momento y lugar”. Era conocido con el nombre de “El Cabra” y al grupo de integrantes que tenía a su mando, a los que adiestró en la lucha de guerrillas, para alzarse en armas contra la dictadura franquista, “Los Cabras”.

Sus Memorias, escritas a principios del presente siglo XXI, divididas o fragmentadas en tres libros, recogen su vida personal y su experiencia en los inicios en la organización armada de la década de los 60 y 70 del siglo pasado.

Precisamente en el primer tomo o primera parte que lleva el nombre “Mi lucha clandestina en ETA”, deslavaza el periodo 1965-1968 en el que se fue preparando, eso sí, con medios precarios, la infraestructura militar de la organización como es la construcción de “zulos”, buzones-correo para comunicarse la militancia, refugios, casamatas, manejo de explosivos, armas, etc.

Libro, por cierto, muy recomendada su lectura, donde la adolescencia y juventud se mezclan y compaginan con la vida política que en esos momentos empezaba a despertar del largo letargo que la tenía sumida la dictadura franquista, sobrevenida al golpe de Estado contra la legalidad republicana y posterior Guerra Civil.

Zumalde se adiestró y especializó en la fabricación de explosivos y demoliciones trabajando en Francia, unos años antes de esta primera época; a su vez, también se centró en la preparación de manuales para la lucha y supervivencia en la clandestinidad, como los referidos a la guerra psicológica, comunicaciones secretas, armas y municiones y los explosivos.

No olvidamos mencionar que el referente histórico del señor Zumalde y de sus correligionarios en la lucha de emancipación de los pueblos colonizados o/y conquistados o/u ocupados, fue la estela del mítico Che Guevara como también la lucha de los guerrilleros del Vietnam de aquel tiempo.

La segunda parte de sus Memorias transcurre en el periodo 1969-1977, bajo el título “Las botas de la guerrilla”. Libro que relata los problemas de los refugiados vascos en Francia, la actividad de los “mugalaris” o pasadores de frontera, las deportaciones, la huelga de hambre, la penetración de los “topos” policiales en la organización, el proceso de Burgos, la acción del secuestro del cónsul alemán Beihl y un largo etcétera.

 

 

Segundo libro de sus "Memorias" que abarca los años 1969-1977 y que recoge, al final del mismo, un número de imágenes a color del museo de ETA en su primera época. La foto de la portada del mismo, es una recreación misma de un centro de operaciones

 

Y, para deleite de la vista, al final del mismo, inserta un apéndice con fotografías a color de una exposición sobre ETA, en su primera etapa, que a los dos días de ser abierta fue clausurada y precintada por la Ertzaintza. En esa exposición abierta en la localidad de Artea (antes de nombre Castillo Elejabeitia), se representaba la resistencia armada vasca contra el franquismo que incluía multitud de artilugios y documentación del momento.

Debe haber un tercer libro de sus Memorias titulado “Comandante Bruno” aunque no lo tengo adquirido, en donde Zumalde describe la historia de los servicios secretos vascos tras ser llamado por el Gobierno Vasco, poco después de la muerte del dictador español, para la organización de los mismos.

Pues bien, dicho lo anterior a modo de somera descripción introductoria sobre quién es, era o fue Xabier Zumalde, detengámonos ahora en el capítulo de uno de sus libros, al principio nombrado, que bajo el epígrafe “Primer tiroteo con la Guardia Civil. Amurrio” hace referencia al suceso que Aketza Merino testimonia en el artículo de su reseñable blog y en el que deja sin respuesta la pregunta de quiénes serían aquellos jóvenes que se vieron envueltos en la refriega con las llamadas Fuerzas del Orden español en Amurrio y Larrinbe.

Diecisiete páginas son las que le dedica Zumalde al capítulo del enfrentamiento en sí y a los momentos previos y finales que lo rodearon.

Comienza el capítulo con el relato de que algunos de los activistas de la organización habían sustraído algunos vehículos y querían cambiarlos de color para lo que dichos vehículos estaban en un caserío situado en una zona sin corriente eléctrica.

Por tanto, el autor del libro quedó en reunirse al principio del anochecer de un sábado en el cruce de San Prudencio, cerca de Oñate con otro miembro de la organización conocido como El Toro (“uno de los militantes más bravos de la organización”, en palabras suyas), el cual le recoge en un coche Citroën C 11 y sin saber a dónde se dirigía, caída la noche, se quedó dormido mientras el otro conducía.

 

 

Parte de algunos de los artilugios, como de documentación varia, que estuvieron expuestos en los primeros días de ser inaugurada la exposición-museo en Artea, antes de ser precintada por la Ertzaintza

 

Cuando despertó se encontró que estaba en pleno campo frente al soportal de un viejo caserío bastante destartalado. Caserío elegido como puesto de operaciones y futuro taller mecánico. Allí encontró una moto de gran cilindrada y un pequeño Seat 600 amarillo al que tenían que cambiar de color y un libro que, habiéndoselo regalado a su enlace, le sorprendió que estuviera allí y más que tuviera escrito el nombre de su hermano, lo cual, como él afirma, es un error muy peligroso cuando te desenvuelves o vives en la clandestinidad.

Se pusieron manos a la obra esa misma noche, pero al final la presión del aire de las botellas de aire comprimido comenzó a disminuir y agotarse, por lo que el pintado quedó a medias.

Al día siguiente tenía que volver a sus quehaceres cotidianos, así que cogiendo el libro con la firma de su hermano para que no caiga en malas manos y la pistola de pintar que debía devolverla a su puesto de trabajo y subidos ya en el coche “entre pistas salimos a una carretera. No habríamos circulado más de doscientos metros, a la altura de un pueblo, cuando una patrulla de motoristas de la Guardia Civil se cruzó con nosotros”.

Al de poco ven que los motoristas paran, se dan la vuelta y les siguen. El Toro que conduce un viejo C 11 después de meterse entre calles por el pueblo es adelantado por uno de los motorizados que, dándoles el alto, les pide la documentación. El autor del libro de los hechos aquí narrados, coge la mochila, donde guarda la pistola de pintar y el libro de su hermano, con ademán de sacar la documentación y en esas se lanza sobre el guardia que cae al suelo y, en décimas de segundo, los dos ocupantes del coche huyen corriendo cada uno, por un lado, dejando atrás el coche y el sonido de los disparos de los guardias.

Salté una pared. Era de un jardín. Nada más caer sobre el césped, me encontré con un enorme perro lobo que me observaba. Me levanté. Recorrí el jardín en sentido opuesto a la pared y topé con otra, que daba a una zona de huertas. Salté y a toda prisa me metí en un bosquecillo de pinos.

Pronto comencé a escuchar las sirenas de los vehículos de la Guardia Civil. Me di cuenta que no tenía ni idea de dónde me encontraba. Lo peor es que tampoco podía preguntar a nadie, ya que, por el ruido de las sirenas, la zona se estaba poniendo “caliente”.

Salí del bosque y tomé un sendero hacia una loma. De pronto. En el borde del camino, en la oquedad de un árbol, alguien había labrado una imagen y la había adornado de flores. Era la Virgen de Orduña. Deduje que estaba por esa zona, pero no era precisamente un terreno que conociese, ya que jamás había pasado por aquellos lugares. Seguí la senda y de pronto me topé con la gran meseta. Sobre el corte de la roca, estaba, majestuosa e imponente, la auténtica Virgen de Orduña. Me senté a reflexionar y traté de orientarme. Me acordé de un viejo mapa que aún guardo cual reliquia por ser una joya. En éste, la provincia de Vizcaya viene trazada en relieve y en cada monte destaca lo más importante del mismo. Así que nuestra Virgen está muy bien resaltada. Cerré los ojos, buscando por dónde había venido y a ciegas, me dije: “Bilbao está por ahí”. Pronto descubrí una línea férrea en aquella dirección. Era la que enlaza Bilbao con Amurrio. Estaba en Álava.

 

 

Extracto de una de las páginas del libro que pone, negro sobre blanco, el relato de los hechos de septiembre de 1965 en Larrinbe y Amurrio

 

Las sirenas seguían sonando. No conseguía ver la carretera, pero por la dirección del sonido deduje que se dirigían hacia Bilbao. Decidí desplazarme por las vías de ferrocarril. Por norma de seguridad, pensé marchar paralelo a ellas, al menos hasta salir de Amurrio. Comencé a andar entre pinares y matorrales. De improviso, recordé que me faltaba la bolsa donde llevaba las herramientas y el libro con el nombre de mi hermano. Me quedé helado, el pulso se me aceleró. Dando vueltas al tema, llegué a la conclusión de que lo había perdido al saltar la pared y encontrarme con el enorme perro.

Seguí por el ferrocarril, y dejé de bordear las estaciones pequeñas, observándolas desde lejos antes de acercarme a ellas”.

Ya en Bilbao, nuestro protagonista se dirigió a la sede de las Juventudes Obreras Católicas, JOC, de las que era miembro, situada en Jardines de Albia, para luego, desde Atxuri en tren, ir a Amorebieta, durmiendo en casa de su hermana y al día siguiente dirigirse a Oñate, donde residía. Aquí se enteró de que El Toro, el otro ocupante y conductor del coche, también había salido ileso y conseguido escapar.

Le explicaron que “cuando empezó el tiroteo, salió corriendo por el otro lado, esquivó al segundo guardia civil y de un salto pasó una verja, abrió de golpe una ventana y entró en un taller de zapatería; luego salió a la calle y se perdió por el pueblo. Buen conocedor de Amurrio, no tuvo problemas para llegar a la casa de un cura amigo suyo. Lo explicó el lío que habíamos armado, y se le ocurrió la brillante idea de salir vestido de sacristán, haciendo sonar la campanilla y el sacerdote por detrás, con el viático. Hoy, todo esto está olvidado, pero entonces, era frecuente que el cura, cuando tenía que dar la extremaunción a un moribundo, realizara el recorrido por el pueblo con las hostias, el copón y un monaguillo o sacristán tocando la campanilla por delante. Todos los ciudadanos debían arrodillarse, incluso la Guardia Civil. Y así ocurrió. El Toro hizo arrodillarse a varias patrullas rodilla en tierra, con sus Máuser y “naranjeros” (1). Luego, en las afueras del pueblo, entregó la sotana al cura y éste, con las hostias y demás, se volvió a la iglesia.

Ya va siendo hora de desentrañar quienes eran los dos protagonistas que se vieron envueltos en el tiroteo de Amurrio. Uno de ellos parece claro que es el autor del libro del que estamos entresacando estas líneas y ¿el otro? Del otro, hasta ahora sólo sabemos su alias, “El Toro”, que corresponde a Xabier Izko de la Iglesia.

Pero las hazañas de Izko, alias El Toro (por algo se llamaba así), no quedaron ahí. Sin pensarlo dos veces, entre veredas y caminos de monte, se acercó al caserío, sacó el Seat 600, le quitó los papeles de la pintura, lo cargó con todo el material que pudo: multicopistas, propaganda e incluso las botellas de aire comprimido. Con todo ese peso en el vehículo intentó salir del caserío, pero como había llovido, éste comenzó a derrapar y no pudo sacarlo.

Como la cosa más natural, se dirigió a la vivienda más cercana, donde le conocían porque anteriormente se había presentado como un estudiante de Bilbao que estaba allí para preparar mejor los exámenes. Al casero le explicó que debía salir urgentemente, pues su padre se había puesto enfermo y le pidió mover el vehículo tirando con los bueyes. El buen hombre accedió y así sacaron el coche, que enfiló pista bajo para perderse por carreteras secundarias que él conocía. Llegó a un piso franco y salvó todo el material.

Realizó una gran hazaña; una de las muchas que luego protagonizaría. Así, siempre se ha dicho que fue Izko de la Iglesia quien ejecutó a la primera víctima de ETA, al temible inspector Melitón Manzanas, sanguinario torturador de la Brigada Político Social en San Sebastián; era el elemento con el más terrible historial en la represión antivasca en Gipuzkoa, siendo sin duda el policía más odiado y despreciado en Euskadi. Cuando Izko le esperó en la escalera de Villa Izarra, en Irún, y le “pegó” un tiro en la cabeza, el pueblo vasco celebró esta muerte. Se dice que jamás corrió tanto champán por San Sebastián a raíz de este atentado del 2 de agosto de 1968”.

Sin embargo, esta rocambolesca historia no termina aquí. Estaba yo tan preocupado con el maldito libro perdido, que decidí volver al lugar para intentar recuperarlo o saber si lo había cogido la Guardia Civil.

Comenté el tema con Petrus (cura de Amorebieta) y le pedí que se informase por medio de los curas de Amurrio, sobre la posibilidad de saber quién era el propietario del jardín donde había perdido mi “paquete” y de cómo recuperarlo. Pronto supimos que el individuo en cuestión no estaba a nuestro alcance, ya que no era nada amigo de los sacerdotes; pero, al menos, nos alegró el saber que tampoco podía ver a la Guardia Civil. Así, urdimos un plan para intentar recuperar el material, si es que éste aún se encontraba en el lugar.

 

Contraportada, y su solapa interior, del libro que contiene sus experiencias vitales en la organización, en el que se incluye el suceso de Larrinbe y Amurrio

 

De esta forma, la tercera noche después del tiroteo nos metimos en un Citroën 2CV que un cura prestó a “Petrus” y nos dirigimos a “la boca del lobo”. Yo me vestí de traje, lo cual ya es mucho pedir, me peiné hacia el otro lado y me disfracé lo mejor posible. A mi lado llevaba a Puri, sobrina de mi amigo, y una de mis primeras militantes en ETA. En el camino, y para no perder la costumbre de ir liándolo todo, en una barriada situada junto a la carretera, salió un enorme cerdo como de ciento y pico kilos. Éste se abalanzó sobre el pobre 2CV, quedando atrapado debajo del coche. El animal comenzó a chillar. Llegaron los caseros y les costó un rato sacar al bicho; menos mal que lo tomaron a risa, ya que, en realidad, el cerdo era para hacer la “matanza” y se les había escapado.

El que no se alegró tanto fue el dueño del Citroën (otro sacerdote) cuando vio los desperfectos al día siguiente; al cabo de un rato llegamos a Amurrio, donde nos sorprendió encontrarnos con un “enjambre” de guardias civiles, ya que esto no lo esperábamos.

De todas formas, ya situado en el lugar; la tapia está en la carretera de enfrente, salimos del coche con naturalidad, aunque aquello estaba verde de tantos guardias civiles. Yo, como si nada, iba arreglándome el nudo de la corbata. Mi chica, iba toda elegante, con su bolsito y agarrada a mi brazo, como si fuésemos un par de “tórtolos”. Enfilamos hacia la pared, pasando entre las patrullas de la Guardia Civil, y justo en ese momento aparecieron dos motoristas de frente. El primer agente se paró a dos metros y me miró. Yo me quedé paralizado. El individuo en cuestión era el mismo que me había tiroteado. De todas formas, siempre tuvo la sangre muy fría y estaba curtido en estas situaciones; así que hice como que no me interesaba para nada su cara y agarrando cariñosamente a Puri le acaricié el rostro mientras le susurraba al oído: –Prepárate para salir corriendo.

En esto, el segundo motorista se paró junto al primero y le dijo: –Venga no te quedes como un pasmado y vamos que ya ha terminado nuestra ronda. –Espera… Creo que ese tipo es uno de los fugados. –Vale de chorradas. Siempre estás con fantasías. Más te valdría haberle detenido el otro del día. Vámonos.

Aceleró la moto y como era el sargento, el otro tuvo que obedecer y salir tras él. De reojo, vi como aún se volvía para mirarme… Nos salvamos por los pelos y porque nos hicimos los “tontos”.

El caso es que llegamos a la dichosa tapia y salté por el mismo sitio de la primera vez. Era inconfundible, pues faltaban varias piedras; me llevé un disgusto de muerte, ya que en el lugar no había nada de nada, ni siquiera el perro lobo. Volví a la carretera y otra vez agarraditos, nos fuimos hacia el coche. Justo cerca de donde di el salto me pareció ver una pareja de paisano que tenía pinta de “polis”, pero nada ocurrió.

Volvimos a Amorebieta sin novedad y este asunto quedó así. Al cabo de un tiempo, la prensa publicó un artículo informando de que la Guardia Civil había desarticulado una banda de traficantes de coches robados. No mencionó a ETA, pero esto no era raro por tratarse de un tema “tabú” en aquella época”.

Queda pues aclarado quiénes fueron los protagonistas del “encuentro” y la noticia que la prensa del momento publicó, implicando en los hechos a una banda de ladrones de coches, como se dice al final del capítulo, en parte, aquí transcrito. Seguramente, dicha información fuera dictada por la dictadura franquista para distraer y no levantar la liebre política que, en esos momentos, comenzaba a saltar a la palestra del escenario político presente.

Ahora tan sólo quedaría por saber dónde se sitúa el escenario de este episodio, un tanto bucólico y romántico, sin consecuencias mortales, es decir, la pared o tapia, el jardín, huerta, zapatería, incluso el cerdo para la “matanza”, etc., “anónimos protagonistas” en el relato del señor Zumalde sobre los hechos acaecidos a mediados del mes de septiembre de 1965.

Gontzal

(1) “Naranjero”: Versión española del subfusil automático Schmeisser. MO-28 fabricado en Alemania por encargo del Ejército español para el calibre de 9 mm. Su pago se hizo con cítricos, de ahí su apelativo.

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